El derecho de los ciudadanos
a la ciudad
La ciudad como célula madre
del Estado-Nación
Eduardo Luis Duhalde
Secretario de Derechos Humanos
del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación
Cuando
los funcionarios del Estado escribimos sobre prospectivas políticas de
gestión, no buscamos originalidad en el planteamiento, sino que nos
“apropiamos” de reflexiones teóricas del campo intelectual y de banderas de
lucha del movimiento social para convertirlas en políticas estatales. Así
sucede con el derecho de los ciudadanos a la ciudad.
Planteamiento de la cuestión
La ciudadanía es, en primer lugar, un
estatus, es decir, un reconocimiento social y jurídico por el cual una persona
tiene derechos y deberes por su pertenencia a una comunidad, en general, de
base territorial y cultural. Los “ciudadanos” son iguales entre ellos: en la
teoría, no se puede distinguir entre ciudadanos de primera y de segunda. En el
mismo territorio, sometidos a las mismas leyes, todos deben de ser iguales.
Instituciones Fuertes y Representativas
Sin instituciones fuertes y representativas, no hay ciudadanía. El estatus, los derechos y deberes reclaman instituciones públicas para garantizar su ejercicio o cumplimiento. La igualdad requiere acción pública permanente, las libertades urbanas se ven afectadas por las exclusiones que generan las desigualdades económicas, sociales o culturales. La ciudadanía está estrechamente vinculada a la democracia representativa para poder realizar sus acciones públicas tendientes a la transformación de la sociedad y el Estado.
A
su vez, una ciudadanía consciente de sus derechos y responsabilidades fortalece
el sistema Sólo con una ciudadanía madura y activa, puede
marcharse hacia una sociedad justa, equitativa e igualitaria
Derecho a la ciudad
Vivimos en un mundo en el que las
ciudades son las unidades territoriales claves de la organización económica,
política y administrativa. Las ciudades crecen en relevancia y en población:
por las migraciones internas o externas de los países limítrofes, porque siguen
representando en el imaginario social un espacio de oportunidades donde
mejorar las condiciones de vida.
En esta dinámica, la economía juega un
papel determinante, y a nivel territorial no se reduce sólo al desarrollo de
las grandes ciudades sino que es un proceso más amplio que integra progresivamente,
alrededor de las ciudades importantes la vida cotidiana, económica, social,
cultural y política de zonas urbanizadas o rurales alejadas y diversificadas.
La ilusión de integración en el enclave
urbano de este modo, si bien permite la accesibilidad, más teórica que real, a
una calidad de vida superior a la del mundo rural por la inmediatez con los
servicios de toda índole, sin embargo, este potencial, con el modelo de
desarrollo histórico desigual e inequitativo, no se traduce en una mejora de
las condiciones de vida de sus habitantes, sino que al contrario, genera
concentraciones económicas y de poder, grandes bolsones de pobreza,
marginación social, desigualdad, discriminación, exclusión, injusticia e
insostenibilidad.
El desarrollo histórico de las ciudades y el derecho a la
ciudad
Históricamente, el desarrollo de las
ciudades precedió a la formación del Estado-Nación, y constituyó la célula
madre de los Estados modernos.
Con el devenir del tiempo, en el mundo,
las formas urbanas han evolucionado, crecieron en tamaño y en complejidad. A
partir de la revolución industrial, se puso claramente de manifiesto que la
forma de asentamiento del modo de producción capitalista no era neutra y que
los problemas que la ciudad generaba no se distribuían de forma homogénea.
La insatisfacción por las
contradicciones crecientes entre el potencial de las ciudades y la satisfacción
de las necesidades de sus habitantes ha reactivado la reflexión sobre las
ciudades reales de hoy y sobre cómo son las condiciones de vida en éstas.
En los años
60, la crisis urbana de las grandes ciudades desencadenó internacionalmente un
profundo replanteamiento de las teorías acerca de la ciudad que dio lugar a una
nueva escuela de urbanismo crítico.
El derecho a la ciudad no es una propuesta
nueva. El término apareció en 1968 cuando Henri Lefèbvre escribió su libro El derecho a la ciudad y tomó en
cuenta el impacto negativo sufrido por las ciudades en los países de economía
capitalista, con la conversión de la ciudad en una mercancía al servicio
exclusivo de los intereses de la acumulación del capital. Este filósofo y
geógrafo francés enunció que, entre los derecho básicos de los ciudadanos,
junto al derecho de libertad, trabajo, salud o educación, se debía incluir el
derecho a la ciudad, es decir, el derecho de los ciudadanos a vivir en
territorios propicios a la convivencia y ricos en usos diversos, en los que el
espacio y los equipamientos públicos sean factores de desarrollo colectivo e
individual. El derecho de todos a disfrutar de un entorno seguro que favorezca
el progreso personal, la cohesión social y la identidad cultural. Lefèbvre se
oponía así a la deshumanización de las ciudades, y trataba de rescatar al
hombre como elemento real y principal, como eje de una ciudad que el hombre
mismo había construido durante su historia.
Tal como señala Charlotte Mathivet, aquél construye
una propuesta política que parte de la ciudad para reivindicar la posibilidad
de que la gente volviera a ser dueña de la ciudad. Frente a los efectos
causados por el neoliberalismo, como la privatización de los espacios urbanos,
el uso mercantil de la ciudad, la predominancia de industrias y espacios
mercantiles, se propone una nueva perspectiva política denominada derecho a la
ciudad.
La ciudad fue tomada por los intereses del capital y
así dejó de pertenecer a la gente, por lo tanto, Lefèbvre aboga a través del
derecho a la ciudad por “rescatar el hombre como elemento principal,
protagonista de la ciudad que él mismo ha construido”. El derecho a la ciudad
es entonces restaurar el sentido de ciudad, instaurar la posibilidad de un
vivir digno para todos, y hacer de la ciudad “el escenario de encuentro para la
construcción de la vida colectiva”.
Asimismo,
la vida colectiva se puede construir sobre la base de la idea de la ciudad
como producto cultural, colectivo y, en consecuencia, El derecho de los
ciudadanos a la ciudad. La ciudad como célula madre del Estado-Nación La ciudad, como lo analiza el reconocido urbanista catalán
Jordi Borja, es un espacio político donde es posible la expresión de voluntades
colectivas; un espacio para la solidaridad, pero también para el conflicto. El
derecho a la ciudad es la posibilidad de construir una ciudad en la que se
pueda vivir dignamente, reconocerse como parte de ella y donde se posibilite
la distribución equitativa de diferentes tipos de recursos: trabajo, salud,
educación, vivienda; recursos simbólicos: participación, acceso a la
información, etcétera.
El derecho a la ciudad es “el derecho
de toda persona a crear ciudades que respondan a las necesidades humanas”. Todo
el mundo debería tener los mismos derechos para construir los diferentes tipos
de ciudades que queremos. El derecho a la ciudad, como lo afirma David Harvey,
“no es simplemente el derecho a lo que ya está en la ciudad, sino también el
derecho a transformar la ciudad en algo radicalmente distinto”.