domingo, 10 de marzo de 2013

LA MENTIRA DEL PERIODISMO VERDAD





La mentira del periodismo verdad



En 1987 Thomas Knoll, estudiante de la universidad de Michigan, y su hermano John, experto en efectos visuales de Industrial Light & Magic, elaboraron un programa informático capaz de desarrollar escalas de grises en imágenes monocromáticas. Lo registraron bajo el nombre de Photoshop. Un año después la empresa Adobe compró la licencia y al año siguiente lanzó al mercado el Photoshop 1.0. Desde entonces el programa y sus posibilidades fueron creciendo hasta convertirse en uno de los sistemas más importantes y reconocidos en el mundo para el retoque y variación de fotos. El término incluso ganó categoría de verbo: photoshopear se denomina el ejercicio de modificar una imagen. El 7 de mayo de 2012, Adobe presentó su última versión: el Superstition, un nombre que le cabe como anillo al dedo: "Creencia en alguna influencia no explicable por la razón en las cosas del mundo", explica María Moliner en su Diccionario de Uso del Español. En definitiva, "Magia" y "Hechicería" son algunos de los  sinónimos de "Superstición¨

Hoy las voces "real" y "virtual" se confunden. Frecuentemente aceptamos como real aquello que es virtual. El Photoshop colabora en esa confusión. Aquel apuesto modelo que publicita una vieja marca de whisky o una nueva afeitadora eléctrica no es tal como lo vemos en la foto: le han puesto una sonrisa irónica, que él jamás sería capaz de articular, y le han quitado esos incómodos rollos que en su versión real le rodean la cintura. Con las modelos sucede lo mismo: en el afiche, en la página del diario o de la revista, vemos un coche sport y una muchacha a punto de bajar de ese coche. El coche es verdadero. La modelo no. No son de ella ni el largo pelo rubio, ni los labios inquietantes, ni los ojos violentamente verdes. Los nigromantes expertos en Photoshop saben de qué modo quitar arrugas y reorganizar formas. Sin embargo, a los que ven el aviso esa circunstancia no les preocupa. Homero Expósito, con música de Atilio Stamponi, lo supo revelar en los versos de un tango célebre: "la propaganda manda cruel en el cartel, / y en el fetiche de un afiche de papel / se vende la ilusión..." Somos conscientes de que esa foto que estamos viendo es una formidable mentira que, no obstante, aceptamos como cierta. Vender una ilusión es la cláusula esencial de la publicidad. ¿Comienza a serlo también en el periodismo político de estos días?


La mala costumbre de ofrecer noticias falsas como si fueran ciertas data de antiguo, ese mal hábito estaba reservado a la prensa sensacionalista y/o del corazón. Una prensa inventada precisamente para vender ilusiones. Lo inquietante es que esa modalidad se traslade a la prensa política. 



La técnica del Photoshop se ha extendido a la prensa escrita. Los editores de los llamados "medios hegemónicos" modifican las notas políticas, las cubren de datos falsos, con la misma habilidad con que los expertos en imagen gráfica modifican las fotos. Un título del diario Clarín anunciaba: "Un festín de noticias falsas para celebrar el Día de los Inocentes". Teniendo en cuenta la cantidad de noticias falsas que brinda número a número, me inclino a pensar que para sus editores el Día de los Inocentes se prolonga a lo largo de todo el año. La astucia de esos editores consiste en ofrecer la mentira con algunos toques de verdad. Mérito, justo es decirlo, que no encontramos sólo en Clarín. Se ha hecho costumbre que la información política de hoy sea desmentida mañana. Sin embargo, esto no parece preocuparles a los editores. Entre los muchos motivos que expliquen esa indiferencia, elijo lo que podríamos denominar "razones de marketing". Tal vez luego de un riguroso estudio de mercado llegaron a la conclusión de que sus posibles lectores reaccionan ante las falsas noticias políticas del mismo modo que lo hacen ante los avisos publicitarios: saben que jamás tendrán ese exclusivo coche sport y saben que esa modelo que baja del coche no es tal como la foto la muestra. Pero no les importa: compran una ilusión. La misma que experimentan frente a la noticia de cualquier descalabro del gobierno. Íntimamente saben que al día siguiente esa información será desmentida. Tampoco les importa, porque también saben que ese mismo día el diario les ofrecerá nuevos infortunios gubernamentales. Una nueva ilusión y un nuevo desmentido. Las quimeras se acaban el día de las elecciones: las cifras del escrutinio son la única verdad, y no hay Photoshop que pueda modificarla. Entonces sólo queda esperar el diario del día siguiente y, si se cuadra, ir munido de una cacerola a Plaza de Mayo con el fin de gritar ¡¡cuánto!! nos miente este gobierno.